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jueves, 14 de mayo de 2015

El Deporte Y Yo

Llegados a este punto tengo que confesaros que el deporte y yo no nos llevamos bien, o por lo menos ahora rondando la treintena.
Con 4 años mis padres me apuntaron a gimnasia rítmica y a la semana ya estaba federada y preparándome para competir cada fin de semana por los pueblos de Madrid. 
Esa época la recuerdo con gran cariño por todo lo que viví, lo que aprendía, por mis compañeras y por mi profesora (a la que le rompí un dedo y desde aquí te vuelvo a pedir perdón Rosa). 
Entrenaba dos horas, dos días a la semana, pero cuando había competición, los entrenamientos eran de más de dos horas y los días incluían los fines de semana. Era un gran sacrificio  y una gran entrega, sobre todo para mis padres que eran los que iban conmigo a todos los lados y se chupaban horas y horas de entrenamientos y competiciones, ya fuera verano o invierno. 




Con 6 años, me dieron la oportunidad de ir a un centro de alto rendimiento, pero mis padres decidieron que no, que era muy pequeña y no querían sacrificarme con dietas y entrenamientos de ocho horas diarias de lunes a domingo, y además, que viviera fuera de mi casa. La verdad, que les agradezco que tomaran esa decisión, ya que de no haber sido así, con casi total seguridad me hubiera perdido toda mi infancia.


Mi padre siempre me hacía un reportaje de fotos en casa, antes o después de las competiciones y siempre en esas fotos tenía que salir mi Yakete. Le encantaba colarse en mitad del reportaje.

En mi gimnasio de Fuenlabrada era muy feliz. Un par de años me fui a entrenar a Getafe, porque mi profesora se fue y yo la seguí (en realidad la seguimos todas sus chicas), pero volvió a sus orígenes, a Fuenlabrada, y todas nosotras también lo hicimos con ella. 




Tenía mis sacrificios, mi lucha, pero todo esfuerzo merece una recompensa, y esa era la medalla. He podido subirme al podio en más de una ocasión y esa sensación de victoria, del trabajo bien hecho, de todo el esfuerzo, las ganas... esa sensación es indescriptible.


Mi primera medalla de oro en competición individual

Aquí algunas de mis medallas. Faltan muchas porque se las regalaba a compañeras o familiares.

Estuve hasta los 11 años haciendo gimnasia rítmica y lo dejé por problemas en la espalda. Fue un mazazo, de las peores cosas que me podían pasar en ese momento, ya que solo pensaba en seguir en ese mundo el resto de mi vida. Gimnasta y entrenadora, ese era el futuro que yo veía, pero no pudo ser. 






Este maillot, en origen, sus lágrimas y manga eran blancas. Unos años después lo reutilizamos cambiando los colores. 

Mi cuerda. Con la que me despedí de la gimnasia rítmica.

Fue una etapa preciosa de mi vida que guardo entre mis recuerdos como un tesoro. 


Fotos de @sobreeltapiz

Esta etapa tan bonita, es la única en la que me llevé bien con el deporte, ya que hacía gimnasia rítmica y en el colegio jugaba al fútbol, hockey y volley, que además era bastante buena y siempre era la pichichi (la que más marcaba). Hasta aquí mi relación con el deporte, después de esto solo he coqueteado. He coqueteado con el pádel.


Si, lo sé, son palas para niños...


Coqueteé con el ciclismo. Me compré una bici y un casco a juego muy emocionada por volver a revivir mis años mozos, pero fue todo un desastre. La cogí un día y ahí está, en el garaje tapada con una sábana para que no coja polvo.




Y de vez en cuando un poco de aerobic, pesas, andar, running... pero solo aguanto una semana. Si, soy un desastre y lo reconozco. Hace meses empecé a darle duro a la #operacionfueramichelin con pilates y algo de dance fitness, pero me duró poco más de una semana...



Ahora he vuelto al pádel. He vuelto porque juego con mis niños en la pista de su casa...

Si, definitivamente el deporte y yo, no nos llevamos bien. 



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